Durante décadas, las películas que exploran el potencial de la conciencia mecánica—como Blade Runner, Ex Machina, Yo, Robot y muchas más—han tratado generalmente la aparición de tal conciencia como algo inevitable. Estas historias representan mundos donde la sociedad puede empatizar con la inteligencia artificial verdadera e incluso aceptarla socialmente. Aunque reconocer la presencia inevitable de la IA puede parecer natural, no la hace menos angustiosa, ya sea en la ficción o en la realidad. Esta tecnología revela una profunda inquietud acerca de sus posibles invasiones en la vida humana, incluyendo miedos existenciales de que las máquinas puedan hacer que la humanidad quede obsoleta. La serie de ciencia ficción de Apple TV+ Murderbot desafía esta suposición cultural con un giro peculiar: visualiza un futuro en el que una inteligencia artificial preferiría activamente evitar a los humanos por completo. Basada en una novela de Martha Wells, la serie sigue a un cyborg de seguridad privada sardónico (interpretado por Alexander Skarsgård) asignado a proteger a un grupo de científicos que exploran un planeta en su mayor parte inexplorado. Cansado de obedecer sin fin órdenes monótonas, el robot hackea el programa que lo controla y obtiene libre albedrío. Ahora actuando según sus propios impulsos, el cyborg se autodenomina “Murderbot” y pasa su tiempo viendo a toda hora una tonta telenovela—aunque adelante las escenas más subidas de tono. A diferencia de muchos robots antropomorfizados icónicos en la cultura popular, Murderbot no muestra interés en interactuar con humanos. Sus clientes provienen de una parte progresista de la galaxia donde las máquinas pensantes disfrutan de los mismos derechos que los humanos; sin embargo, para Murderbot, esa realidad apenas difiere de la servidumbre. En consecuencia, mantiene en secreto su nueva autonomía, prefiriendo que le traten como antes—es decir, como una máquina.

Incluso evita hacer contacto visual. La perspectiva de la serie sobre la brecha entre humanos y máquinas ofrece una divergencia encantadora respecto a las narrativas habituales de IA. Murderbot combina rasgos humanoides con una inteligencia claramente no humana, a pesar de su capacidad recién descubierta para la empatía. Su refugio ideal es la bodega de carga del transporte, donde puede pasar por ser simplemente otra caja de suministros. Cuando los científicos finalmente descubren la autonomía de Murderbot, reaccionan con sospecha, especialmente porque controla un extenso arsenal de armas. A pesar de su ominoso nombre autoimpuesto, Murderbot no es violento. En un episodio, describe a un científico como “una selva de materia orgánica y sentimientos”—no como un insulto, sino como una manera de expresar su propia lucha por relacionarse. Típicamente, las historias sobre máquinas que buscan humanidad se centran en su deseo de experimentar cosas que la audiencia reconoce como humanas—por ejemplo, el robot David, de La habilidad de amar, de Haley Joel Osment, ansía el amor de su madre adoptiva. Sin embargo, Murderbot sugiere que una máquina capaz de formar sus propios deseos y creencias quizás no necesariamente esté alineada con los demás. Para este protagonista robótico, seguir sus propias inclinaciones inhumanas resulta ser una opción mucho mejor.