Este artículo invitado de Adrian Brinkn, cofundador de Anoma y Namada, sostiene que la descentralización está ampliamente malinterpretada en la industria de la blockchain, habiéndose convertido en un simple lema en lugar de un objetivo significativo. Brinkn enfatiza que la descentralización en sí misma no es el fin; en cambio, la soberanía sí lo es. La soberanía significa que las personas y comunidades puedan controlar completamente su infraestructura, activos y datos de manera independiente, sin depender de cárteles de validadores distantes o redes globales vulnerables a capturas, censura o fallos. Este objetivo fundamental sustenta la existencia de la tecnología blockchain. Actualmente, redes globales como Ethereum y Bitcoin, aunque diseñadas para ser trustless e imbatibles, simplemente trasladan la confianza de los bancos y gobiernos centralizados a un conjunto de validadores globales. Depender de una sola red global socava la verdadera descentralización, que debería implicar la existencia de múltiples redes descentralizadas operando en pluralidad. Brinkin destaca los límites de las redes globales, advirtiendo que, por ejemplo, la red de Bitcoin tendría dificultades para sobrevivir a un conflicto mundial como una Tercera Guerra Mundial. Sin la capacidad de operar infraestructura local y realizar transacciones de forma independiente en medio de fallos de red o hostilidades, los usuarios no son verdaderamente soberanos: están, en realidad, alquilando su soberanía. Las redes blockchain soberanas deben ser lo suficientemente resilientes para funcionar localmente cuando sea necesario y globalmente cuando sea posible, priorizando la soberanía local y usando el consenso global solo cuando sea adecuado. Este enfoque garantiza que las comunidades y economías locales puedan seguir operando si las redes globales fallan o son comprometidas. Contrario a algunas perspectivas, Brinkn argumenta que esto no es alarmismo, sino una respuesta a escenarios reales en los que la infraestructura digital puede ser interrumpida por fallos técnicos, interferencias gubernamentales o ataques. Confiar en una sola red global crea una superficie de ataque concentrada y asemeja un “gobierno mundial” para las criptomonedas, lo cual contradice la visión de comunidades diversas que definen sus propios modelos de confianza y gobernanza. En cambio, los modelos de confianza heterogéneos son esenciales, ya que diferentes aplicaciones y comunidades requieren validadores y procesos de gobernanza variados. La soberanía significa poseer toda la pila: infraestructura, gobernanza y privacidad.

La experiencia de la última década muestra que los sistemas digitales son frágiles—propensos a hacks, regulaciones y fallos—por lo que la resiliencia por diseño es esencial. Las personas y comunidades deben tener la capacidad de gestionar su propia infraestructura y comunicarse con redes globales de manera voluntaria, sin perder control ni privacidad. Los datos públicos no se poseen realmente; la privacidad es fundamental para la soberanía. Brinkin cuestiona por qué una DAO en Buenos Aires o una cooperativa en Berlín deberían confiar en el mismo conjunto de validadores que todos los demás. Deberían tener la libertad de escoger o gestionar validadores en quienes confían—de manera local, federada con otros o en solitario—sin imposiciones externas de políticos, fundaciones o cárteles de validadores distantes. Los experimentos emergentes con monedas locales, DAOs y modelos de gobernanza ajustados ilustran el futuro: un mosaico de sistemas soberanos que interoperan cuando tiene sentido, pero que nunca se ven forzados a un sistema global uniforme. Si una red global se cae o es capturada, las economías locales permanecen, preservando el control comunitario. En conclusión, Brinkn insta a la comunidad de blockchain a cambiar el enfoque, dejando de idolatrar la descentralización como un fin en sí mismo para construir soberanía. El verdadero futuro no reside en un libro mayor global, sino en un mundo compuesto por actores soberanos—individuos y comunidades empoderados para definir sus propias reglas y destinos. La descentralización sigue siendo la herramienta, pero la soberanía es el objetivo final. La llamada a la acción es clara: construir para la soberanía.